Un auténtico galimatías al que sólo se ve una vía de escape: una alianza entre Kadima y el Likud. Juntos suman 55 escaños. Sólo tendrían que sumar los 15 diputados de Yisrael Beiteinu para conformar un Gobierno que en todo caso estaría muy inclinado a la derecha, pero que gozaría de un atributo muy apreciado por la opinión pública: la estabilidad.
Para no restar emoción a la disputa política, los dirigentes de Kadima no descartan mantenerse en la oposición y desdeñar su participación en un Ejecutivo encabezado por Netanyahu. Es muy pronto para atisbar el desenlace. Pero una vez confirmados anoche por el Comité Electoral los resultados de los comicios, el panorama comienza a despejarse, aunque las sorpresas en Israel nunca pueden descartarse. Livni cuenta con un escaño más (28) que su contrincante, pero no ignora que sus opciones de convertirse en primera ministra son casi nulas. "Ganamos la batalla, pero perdimos la guerra", declaró un ministro de Kadima.
Netanyahu sabe que excluir a Kadima y conciliar las exigencias de los laicos de Yisrael Beiteinu y de los integristas ultraortodoxos (16 diputados) sería un milagro. En ese Gobierno de extrema derecha, el jefe del Likud incluiría también a los partidos que representan a los colonos judíos de Cisjordania. Una macedonia que sólo acarrearía tensiones. Preferible la coalición con Kadima.
Pero hay más elementos que refuerzan la preferencia de Netanyahu por la coalición con Livni. El presidente de EE UU, Barack Obama, ha prometido implicarse a fondo en el conflicto con los palestinos, y si Netanyahu optara por la alianza con los extremistas, los roces con Washington tampoco gustarían al electorado.
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