El asesinato de María Luz Tapia en A Coruña ha sacado a la luz una comunidad que presume de su nula conflictividad, su gran espíritu de trabajo y su integración social
Ellos se dedican al mar y a la construcción. Ellas al servicio doméstico y el cuidado de ancianos. Los peruanos que viven en Galicia presumen de ser el equivalente a lo que los gallegos fueron en los años cincuenta, sesenta y setenta en Sudamérica y Centroeuropa. Es decir, poco o nada conflictivos, apreciados por trabajadores, con facilidad para la adaptación y con una vida completamente normal. Pero tienen un temor: que la muerte de María Luz Tapia a manos de otro compatriota enturbie su imagen a los ojos de los gallegos.
El censo de A Coruña, la ciudad en la que sucedió el crimen, recogía en el 2008 a 629 peruanos. «Hoy puede que andemos por los setecientos», aventura Marino Guzmán, el presidente de Aspeco (Asociación de Peruano en A Coruña), que tiene su familia en el norte de Perú y trabaja aquí como oficial de maquinaria naval. Por sexos, las cifras revelan una mayoría femenina de un 60% (344 frente a 285 varones). Suelen ser mujeres con hijos, que trabajan duro para poder enviarles dinero. Era al caso de María Luz: «Tenía dos hijos, uno de ellos con síndrome de Down. Todo lo que ganaba lo mandaba para allá», explica una amiga suya, Fanny Ulloa. El que en su cuenta de banco apenas hubiera 20 euros lo dice todo.
Lidia Guzmán también llegó a Galicia con la idea de ganar dinero para su familia. Trabaja como ayudante de cocina en el mismo restaurante en el que despacha su padre. «Ya había trabajado de esto en Perú. Al principio no me alcanzaba el dinero, pero luego me fue bien». Así logró traer a su marido y sus dos hijos. El mayor, Martín, luce una camiseta de la selección española, pero sin número. De todos modos lo tiene claro: «Mi jugador favorito es el Niño Torres». ¿Y en un hipotético partido entre Perú y España, por qué equipo iría? «Por el que juegue mejor», se ríe.
Reuniones semanales
Estamos en el salón de la casa de la familia de Raúl Chino e Hilaria Quipe. Él es electricista y ella limpia un piso. Sus dos hijos, Raúl y Stefani, se han integrado en el colegio con total normalidad. «Ya saben hablar un poco de gallego y todo», asegura Marino Guzmán, que vive con ellos también. En su vivienda se suelen reunir con otros peruanos los fines de semana: «Nos gusta escuchar música peruana y hacer comida típica de allí», comenta Raúl. Seviche, rocoto relleno o arroz con pollo son algunos de esos platos.
El otro centro de encuentro es el parque de Eirís. «Allí hay canchas para jugar al voleibol y siempre es buen momento para poder hablar con otros paisanos, que cuando estás fuera de tu país es muy importante mantener los lazos». Precisamente, alguno reconoce entender mejor Perú ahora que antes: «Es paradójico. Aquí estamos gente de Lima, del sur, del norte y te ves con costumbres y culturas de tu país que ni conocías», confiesa Marino Guzmán.
Los hay que, además de conocer mejor su país, también conocen el amor en Galicia. Noelia Rosas y Miguel García se hicieron novios en A Coruña. «No nos conocíamos allá», explica él con la sonrisa emocionada de una pareja primeriza. «La sangre tira», añade ella.
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